A lo largo de mayo, la varicela nos hizo una larga visita. Para darle más emoción a la cosa, no nos atacó a todos de golpe, sino que prefirió hacer como los malos de las pelis de kárate, y esperar turno para el ataque, así que, con intervalos semanales, zas, iban los niños cayendo de uno en uno. Nuestra niñita aguardaba con impaciencia a que le tocase, porque sólo había reparado en la parte interesante de la historia: todos miman al enfermo que, además, no va al cole. Pero cuando le tocó su turno y tuvo que quedarse recluida en casa nueve días, coincidiendo con la puesta en marcha de la piscina... bueno, ahí sí que dejó de verle la cosa positiva a la enfermedad.
Durante aquellos días de aburrimiento, planeamos en casa y para hacer más llevadera la varicela, una fiesta hawaiana con sus amigas en la piscina. Hicimos las invitaciones para repartir el día que volviese al cole, y estuvimos mucho tiempo hablando acerca del disfraz y del menú (pizza hawaiana, por supuesto), e incluso llegamos a ensayar algún que otro baile local. Cuando llegó el gran día, la hawaiana mayor no cabía en sí de gozo. Habíamos preparado disfraces para ella y cinco amigas, y al salir del cole nos fuimos directamente a su fiesta.
Por supuesto que intentamos hacerle alguna que otra foto a tan colorido grupo, especialmente para obsequiar a sus madres después con ellas, pero -¡oh valientes fotógrafos del National Geographic!- he descubierto que pocas cosas hay más difíciles que fotografiar a un grupo de hawaianas de cinco y seis años inaugurando temporada de baños y con las vacaciones de verano a la vuelta de la esquina. Por eso, y porque salieron dos fotos que parecían dos estelas de colores nos llevamos el modelito aloha a la playa para intentar sacarle partido por aquellos lares.
Y voilà el resultado. Las fotos, como acostumbramos, de Hermana Menor, que se está haciendo toda una experta en gente menuda. ¡Y con surfero con tabla y todo!
Feliz domingo.