Habla Hermana Mayor.
Creo que fue en ET. Como todos los niños de mi generación acudí un día a la ineludible cita que todos tuvimos con él en la gran pantalla. La película me impresionó como a cualquiera de nosotros, creo, y me mantuvo en vilo hasta el glorioso final en el que su protagonista cabezón y de dedos luminosos es rescatado por el mismo cosmos que lo trajo. No creo que llorase, porque yo en mi infancia no era ni mucho menos tan llorona como ahora, pero tampoco puedo decir que me dejase indiferente. Pasé unas semanas enarbolando el dedo diciendo aquello de “mi casa”, “teléfono” (sin que me cayera del cielo ningún donut, que eso vino mucho después) y ahí terminó mi relación con el tierno alienígena.
Lo que no he podido olvidar, ni creo que podré hacerlo nunca, fue el shock que supuso para mí el descubrimiento de la fiesta de Halloween. Eso sí que me llenó la cabeza durante meses, y estuvo a punto de hacerme embarcar de polizona rumbo a los EEUU el octubre siguiente. Me pregunté, y desde entonces no he dejado de preguntarme, cómo nosotros podíamos vivir aquí, en este sobrio mundo del otro lado del Atlántico, sin tener una fiesta como aquella. Y es que las retinas se me llenaron de fantasmas, de brujas, de chuches, de disfraces más o menos terroríficos, de cementerios, de gusanos y arañas… Pero, por encima de todo, deseé una de aquellas calabazas luminosas que abrían sus fauces desdentadas de fuego naranja. La deseé tanto que, durante unos años, probé a hacerlas con todo lo que la naturaleza ponía a mi alcance en las diferentes épocas del año: calabazas, melones, sandías, calabacines, berenjenas… El doctor Frankestein hubiera palidecido de envidia al ver mis experimentos.
Luego, al ir creciendo, llegamos a la edad en la que había que renegar de los modelos capitalistas, especialmente de los EEUU, y yo, cuando tocaba, lo hice siempre con cierta sensación de Judas, ocultando que hubiera vendido por treinta calabazas encendidas cualquier protesta anti OTAN y aledaños. Menos mal que, entonces, nunca se supo. Después, poco a poco, la fiesta de Halloween empezó a filtrarse en la vieja Europa (de donde dicen algunos que era originaria) y se nos fue haciendo más familiar toda esta procesión de fantasmagoría que tampoco tiene nada que envidiar a la Santa Compaña.
Estando en la universidad, un buen amigo mío, que es mitad español mitad gringuito, y un excelente cocinero, nos invitó un día a la primera cena de Halloween a la que he asistido. Como plato fuerte, preparó una sopa de calabaza del sur de los EEUU, sacada de la revista “Country Living” que recibía su madre, que era una deliciosa bomba de calorías que yo cada año repito por estas fechas. No contento con aquello, se había animado con unos aperitivos que nunca podremos olvidar los comensales invitados a aquella cena. Resulta que, de su tierra natal, había traído su madre unas simientes de una variedad sureña de pimientos (de origen africano) llamados okras. Pero las okras, que se habían reproducido en su casa durante lustros, habían ido las pobres perdiendo su esencia autóctona, maleándose y adecuándose a la tierra, y avanzando en su metamorfosis hacia una suerte de alcachofa higochumbera que en nada se parecía a la especie original. Aquello era, a fin de cuentas, una estropajosa bola de hilo que no había Dios que se la comiera, que te pinchaba hasta los dientes y que, para ser tragada, necesitaba de una buena cantidad de agua y no menos disciplina. Pero nosotros, que sí, que seríamos anti-todo, pero que estábamos una jartá de bien educaítos, nos callamos nuestras malheridas bocas, y seguimos disfrutando de aquellos pimientos que sabe Dios qué demonio de Halloween había puesto en nuestros platos, pensando en quién tendría el valor de decirle al cocinero: cómete tú las okras, guapo, que a mí me están atacando.
Y así las cosas, fue, paradojas de la vida, mi recatada hermana quien, haciendo acopio de toda la fortaleza de su interior para vencer el tabú de los modales y su propia timidez, dio el primer alarido y dijo: lo siento, pero yo no me como esto por mucho vino que me des antes. Casi se nos caen los cubiertos a todos, por la salida, pero se oyó un profundo suspiro de alivio general, al tiempo que alguien, coincidiendo con las 12 campanadas del reloj, lanzaba, escalofriante, la voz de alarma: ojooooooooooos, gusanoooooooos. Y es que las semillas del malhayado pimiento parecían ojos gelatinosos que desafiaban, manteniendo la mirada, al héroe clásico capaz de hincarles el diente. Y, además, del pino piñonero que crecía al lado del huerto se había colado en algunas de las okras una peluda ristra de “bichopino” (esas orugas punzantes que trepan por los pinos en fila india), y allí estaban, mitad vivas mitad muertas, ajenas al horror de la noche, deslizándose entre los ojos resbaladizos de aquellos exóticos pimientos.
Y ahora que, para regocijo de la niña que fui, la Víspera de todos los Santos se celebra aquí con el mismo desparpajo que en los USA, tiene uno por fin la oportunidad de asistir a alguna de esas cenas -entre pueblerinas y jubilosas- que incluyen en el menú delicatesen tipo: surtidito de lápidas en escabeche. Pero yo no puedo evitar acordarme de aquella noche, y me dan siempre ganas de decirle al camarero o a mis anfitriones, según se tercie: si supieras tú, pobre aprendiz, lo que yo llegué a comer una noche como ésta…
24 oct 2010
21 oct 2010
Zapatitos de tacón
Otro camafeo más para la colección. Como en otras ocasiones se pueden montar con otros colores de lazo y y adornitos. Esperamos que os guste.
18 oct 2010
Violetas
Voy dejando a mi espalda el enorme portón verde. Subo los dos escalones que me llevan dentro de la casa. Delante de mí, el interminable corredor acaba de ser fregado, en el, para no ensuciarlo, han ido colocando meticulosamente a modo de damero, hojas de periódico. Salto de los deportes a los sucesos, de los sucesos a las esquelas, de las esquelas a la editorial, y así hasta llegar a los anuncios por palabras, que preceden al salón. Deslizo con decisión la puerta corredera con decenas de capas de pintura blanca sobre su superficie. Años más tarde aun sigo recordando aquella casa con la misma majestuosidad de un retablo gótico.
Repito el camino que tantas veces he recorrido, y todas ellas con le misma ilusión, con la misma devoción. Me coloco delante de la enorme vitrina, es inmensa. Dentro, cientos de platos, tazas, vasos, copas… toda clase de tesoros se presentan ante mí. Desecho los vasos de colores psicodélicos, las copas art decó, la vajilla de Macao. Sólo tengo ojos para esa porcelana de bizcotela, adornada con esas pequeñas violetas en pequeños ramilletes y sus filitos de oro. Mi mirada va tanteando; sopera, platos de postre, las fuentes, la ensaladera, la salsera… Esta era también su preferida, porque ella amaba las violetas.
Hola a todos. El otro día he empezado un nuevo blog para mis fotografías, os copio aquí la primera y única entrada hasta el momento. Si os interesa, espero que lo visitéis. http://ahoradipatata.blogspot.com/2010/10/violetas.html Muchas gracias por todo
15 oct 2010
Corazón enjaulado
Tras la pausa de estos días, os presentamos otro camafeo de la colección de acuarelas originales. Además de éste que os ponemos, hemos realizado otros montados con distintos tipos de lazos que están preciosos. Prometemos fotos.
12 oct 2010
Madre patria
Habla Hermana Mayor.
Siempre me ha sorprendido lo de “la madre patria”, que me recuerda inevitablemente al chiste aquel del calvo con mucho pelo. Y es que resulta que, a veces, la lengua tiene esas contradicciones: eso de la madre-padre que viene a ser algo así como el hermafroditismo del espíritu nacional. Que no sabe uno si la patria es padre como su nombre indica, o madre como quiere que, siendo de género femenino, tengamos a bien llamarla. El caso es que, sea por estas contradicciones, sea por sabe Dios qué misterios, nunca he sido muy dada a las efusividades patrióticas. Siempre me he considerado tipo Brassens, más bien al margen del tamboreo de los desfiles y los escudos varios. Y con este panorama se me ocurrió a mí nacer el 12 de octubre de hace algunos añitos. Hala, a compartir cumpleaños con las Fuerzas Armadas y la Virgen del Pilar. Menos mal que siempre me las arreglo para que me caiga en fiesta.
A lo que iba. Me da la impresión de que en nuestro país tendemos -o tendíamos- a relacionar los símbolos patrióticos con la dictadura, y que, hasta hace bien poco, ir por el mundo luciendo una banderita cantaba saetas sobre de qué lado estabas en el carrusel de la política. Recuerdo que, hace ya bastantes años, un guiri me preguntó (mi vida es un ir y venir de guiris de todos los modelos y colores) que dónde podía comprar una bandera española para llevársela de recuerdo a Wisconsin. Existía en mi ciudad un tienduco llamado “la tienda el facha” donde en mi adolescencia se compraban los aderezos de skinheads y otras linduras multicolores de evocación patriótica. Como que me daba corte mandar al guiri al garito aquel, y no supe muy bien qué contestarle. El tío, sorprendido, no entendía que, si ellos llevaban hasta los empastes de barras y estrellas, aquí no se pudiera comprar una bandera de tela de andar por casa en cualquier chiringuito. Ponte tú a explicarte a ése el lío de colorines e iconos que nos gastamos por estas tierras. La cosa es que, hace un par de días me preguntó otro foráneo (japonés éste) que dónde podía comprarse una corbata con la bandera de España para aumentar su colección. Esta vez, con unos años de diferencia, no he tenido problemas para mandarlo al comercio en cuestión, sin ningún apuro ni reminiscencia política, y sin pensar mucho, porque hoy por hoy tampoco es algo tan difícil de encontrar.
En junio, mi hijo mayor me pidió en la tienda de todo a 2€ (¡Oh, paraíso de los fabricantes de artesanía!) un artilugio que imitaba a una barra de labios como para pintarle los morros a Angelina Jolie, pero compuesta por tres bandas -roja, amarilla y roja- capaces de dejarte como un atlas de una sola pasada. Servía para decorarte las mejillas, frente, brazos y lo que quisieras antes, durante y después (sólo en caso de victoria) de cada partido de fútbol en los pasados mundiales. Y a mí que, todo hay que decirlo, la tricolor siempre me ha puesto mucho más que la bicolor, no me pareció, extrañamente, mal del todo. Y en vez de decirle a mi criatura que con ese mamarracho iba a parecer la versión cañí de Rudolf Hesse, me rasqué el bolsillo y le compré el banderamen. Y he de reconocer que la amortizamos, porque como dijo el pulpo Paul, España se salió con la suya y le dio pal pelo al resto del mundo.
Y ahora que se acerca el 12 de octubre, casi me caigo de la silla al darme cuenta de que no me da tanto repelús como antes ver al país haciendo alarde de orgullo patrio. No sé si me hago vieja, o es que el paso del tiempo suaviza los malos recuerdos, incluso los de una nación. Pero la cosa es que lo que a una gran parte de los miembros de mi generación nos parecía una agria reminiscencia del pasado, viene a ser para generaciones más jóvenes algo así como un punto de encuentro, aunque sea a través del deporte. Parece que las banderas, como las palabras, van perdiendo unos matices y ganando otros. Y, aunque todavía tiene que llover mucho para que servidora salga a la calle amarrándose los pantalones o la muñeca con una banderita, me alegra que los tiempos estén cambiando.
Siempre me ha sorprendido lo de “la madre patria”, que me recuerda inevitablemente al chiste aquel del calvo con mucho pelo. Y es que resulta que, a veces, la lengua tiene esas contradicciones: eso de la madre-padre que viene a ser algo así como el hermafroditismo del espíritu nacional. Que no sabe uno si la patria es padre como su nombre indica, o madre como quiere que, siendo de género femenino, tengamos a bien llamarla. El caso es que, sea por estas contradicciones, sea por sabe Dios qué misterios, nunca he sido muy dada a las efusividades patrióticas. Siempre me he considerado tipo Brassens, más bien al margen del tamboreo de los desfiles y los escudos varios. Y con este panorama se me ocurrió a mí nacer el 12 de octubre de hace algunos añitos. Hala, a compartir cumpleaños con las Fuerzas Armadas y la Virgen del Pilar. Menos mal que siempre me las arreglo para que me caiga en fiesta.
A lo que iba. Me da la impresión de que en nuestro país tendemos -o tendíamos- a relacionar los símbolos patrióticos con la dictadura, y que, hasta hace bien poco, ir por el mundo luciendo una banderita cantaba saetas sobre de qué lado estabas en el carrusel de la política. Recuerdo que, hace ya bastantes años, un guiri me preguntó (mi vida es un ir y venir de guiris de todos los modelos y colores) que dónde podía comprar una bandera española para llevársela de recuerdo a Wisconsin. Existía en mi ciudad un tienduco llamado “la tienda el facha” donde en mi adolescencia se compraban los aderezos de skinheads y otras linduras multicolores de evocación patriótica. Como que me daba corte mandar al guiri al garito aquel, y no supe muy bien qué contestarle. El tío, sorprendido, no entendía que, si ellos llevaban hasta los empastes de barras y estrellas, aquí no se pudiera comprar una bandera de tela de andar por casa en cualquier chiringuito. Ponte tú a explicarte a ése el lío de colorines e iconos que nos gastamos por estas tierras. La cosa es que, hace un par de días me preguntó otro foráneo (japonés éste) que dónde podía comprarse una corbata con la bandera de España para aumentar su colección. Esta vez, con unos años de diferencia, no he tenido problemas para mandarlo al comercio en cuestión, sin ningún apuro ni reminiscencia política, y sin pensar mucho, porque hoy por hoy tampoco es algo tan difícil de encontrar.
En junio, mi hijo mayor me pidió en la tienda de todo a 2€ (¡Oh, paraíso de los fabricantes de artesanía!) un artilugio que imitaba a una barra de labios como para pintarle los morros a Angelina Jolie, pero compuesta por tres bandas -roja, amarilla y roja- capaces de dejarte como un atlas de una sola pasada. Servía para decorarte las mejillas, frente, brazos y lo que quisieras antes, durante y después (sólo en caso de victoria) de cada partido de fútbol en los pasados mundiales. Y a mí que, todo hay que decirlo, la tricolor siempre me ha puesto mucho más que la bicolor, no me pareció, extrañamente, mal del todo. Y en vez de decirle a mi criatura que con ese mamarracho iba a parecer la versión cañí de Rudolf Hesse, me rasqué el bolsillo y le compré el banderamen. Y he de reconocer que la amortizamos, porque como dijo el pulpo Paul, España se salió con la suya y le dio pal pelo al resto del mundo.
Y ahora que se acerca el 12 de octubre, casi me caigo de la silla al darme cuenta de que no me da tanto repelús como antes ver al país haciendo alarde de orgullo patrio. No sé si me hago vieja, o es que el paso del tiempo suaviza los malos recuerdos, incluso los de una nación. Pero la cosa es que lo que a una gran parte de los miembros de mi generación nos parecía una agria reminiscencia del pasado, viene a ser para generaciones más jóvenes algo así como un punto de encuentro, aunque sea a través del deporte. Parece que las banderas, como las palabras, van perdiendo unos matices y ganando otros. Y, aunque todavía tiene que llover mucho para que servidora salga a la calle amarrándose los pantalones o la muñeca con una banderita, me alegra que los tiempos estén cambiando.
9 oct 2010
Mens sana in corpore sano
Habla Hermana Mayor.
Con la vuelta al cole llega también el retorno a las actividades extraescolares, gran parte de las cuales son deportivas. En casa, tocan unas cuantas que no merece la pena concretar, pero que son más de tres, y para las que hay que estar bien equipaditos. Por eso, esta mañana, era ineludible la visita a Decathlon, listas en mano, para no dejarse en el tintero (o en los bolsillos del chándal) ninguno de los básicos de la temporada, a saber: sudaderas, camisetas, pantalones, calcetines, distintos tipos de bolas, pelotas y pelotillas, instrumentos varios, protectores de toda la anatomía humana (parece mentira que, siendo tan pequeños, haya tantas zonas para proteger. Ni Lanzarote del Lago, oyes), bolsas, zapatillas… seguro que algo se me olvida, pero no importa, que ya me reñirá el entrenador en cuestión, que a las madres los entrenadores nos tienen más derechas que a los futbolistas profesionales.
No soy precisamente una madre tipo silla. De hecho, siempre he sido bastante inquieta, y me gusta el deporte de manera razonable. No puedo decir que sea vigoréxica, pero no podría vivir sin echar fuera adrenalina poniendo en marcha el esqueleto. Odio el deporte en lata, y sé que en esto no soy precisamente un bicho raro, pues es algo muy común a los miembros (que no miembras) de mi sexo (que no género). Adoro, por encima de muchas cosas, a mi bicicleta, con quien comparto una hora diaria, y a la que un día de éstos dedicaré una larguísima oda. Y es que, desde bien pequeñita, se encargaron de meter en mi cabeza aquella máxima rebosante de sabiduría que reza: “mens sana in corpore sano”, o lo que es lo mismo, un cuerpo bien torturadito por las propiedades beneficiosas de las manzanas y el footing (perdón por el arcaísmo, pero en los 80 yo ya tenía uso de razón) piensa mucho mejor. Así que, para que mi coco mantenga el equilibrio y no me dé el día menos pensado por practicar “balconing” con mis niños de la mano, no hay nada mejor que cuidar el palmito con una dieta saludable y equilibrada, nada de alucinógenos artificiales y una moderada dosis de deporte diario. Sinceramente, no me va mal. Y, aunque no puedo jurarlo porque nunca lo he probado, creo que no podría prescindir de estos saludables hábitos.
Y se ve que no soy la única que practica esta máxima, porque ¡madre mía cómo estaba el Decathlon! Era difícil andar entre tanta gente y tan dispar en tantas cosas: sexo, edad, intereses… No sigo, que da miedo ahogarse en las trampas pantanosas de lo políticamente incorrecto. El caso es que resulta imposible negar el tirón que tiene en nuestro Planeta Hispánico el material deportivo. ¡Qué de vocaciones!, y más ahora que vamos ganándole al mundo en una jartá de disciplinas. Si es que parece que los españolitos llevamos los aros olímpicos tatuados en nuestra piel de toro, y que no nos cuesta gastar en chándal nuevo. Contenta salí de allí viendo cómo todos estábamos bien encaramados en el carro de la vida saludable. Tanto que, para celebrarlo, decidí darme un caprichito y hacerle una visita a la librería más cercana, armada de paciencia, eso sí, porque esperaba encontrar allí una bulla de Semana Santa proporcional a la que cuidaba el palmito engrosando las arcas de la multinacional gabacha. Pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir que los del corpore sano, la mens la tenían llenita de telarañas, porque allí los pasillos estaban bien vacíos, el público no mostraba tanta heterogeneidad, y nadie peleaba con el prójimo por llevarse al agua el tomo más gordo ni lucir musculatura craneal. No había bullicio ni algarabía a la hora de comprar material para poner en forma el coco, ni los monederos se abrían siquiera con el mismo desparpajo. El Hombredemivida, que venía conmigo, y supongo que viendo mis ojos como platos, me dijo: “qué distinto sería este país si esta tienda tuviera el tirón de la otra”. De verdad que sería distinto, pensé, tanto que hasta daríamos miedo.
Con la vuelta al cole llega también el retorno a las actividades extraescolares, gran parte de las cuales son deportivas. En casa, tocan unas cuantas que no merece la pena concretar, pero que son más de tres, y para las que hay que estar bien equipaditos. Por eso, esta mañana, era ineludible la visita a Decathlon, listas en mano, para no dejarse en el tintero (o en los bolsillos del chándal) ninguno de los básicos de la temporada, a saber: sudaderas, camisetas, pantalones, calcetines, distintos tipos de bolas, pelotas y pelotillas, instrumentos varios, protectores de toda la anatomía humana (parece mentira que, siendo tan pequeños, haya tantas zonas para proteger. Ni Lanzarote del Lago, oyes), bolsas, zapatillas… seguro que algo se me olvida, pero no importa, que ya me reñirá el entrenador en cuestión, que a las madres los entrenadores nos tienen más derechas que a los futbolistas profesionales.
No soy precisamente una madre tipo silla. De hecho, siempre he sido bastante inquieta, y me gusta el deporte de manera razonable. No puedo decir que sea vigoréxica, pero no podría vivir sin echar fuera adrenalina poniendo en marcha el esqueleto. Odio el deporte en lata, y sé que en esto no soy precisamente un bicho raro, pues es algo muy común a los miembros (que no miembras) de mi sexo (que no género). Adoro, por encima de muchas cosas, a mi bicicleta, con quien comparto una hora diaria, y a la que un día de éstos dedicaré una larguísima oda. Y es que, desde bien pequeñita, se encargaron de meter en mi cabeza aquella máxima rebosante de sabiduría que reza: “mens sana in corpore sano”, o lo que es lo mismo, un cuerpo bien torturadito por las propiedades beneficiosas de las manzanas y el footing (perdón por el arcaísmo, pero en los 80 yo ya tenía uso de razón) piensa mucho mejor. Así que, para que mi coco mantenga el equilibrio y no me dé el día menos pensado por practicar “balconing” con mis niños de la mano, no hay nada mejor que cuidar el palmito con una dieta saludable y equilibrada, nada de alucinógenos artificiales y una moderada dosis de deporte diario. Sinceramente, no me va mal. Y, aunque no puedo jurarlo porque nunca lo he probado, creo que no podría prescindir de estos saludables hábitos.
Y se ve que no soy la única que practica esta máxima, porque ¡madre mía cómo estaba el Decathlon! Era difícil andar entre tanta gente y tan dispar en tantas cosas: sexo, edad, intereses… No sigo, que da miedo ahogarse en las trampas pantanosas de lo políticamente incorrecto. El caso es que resulta imposible negar el tirón que tiene en nuestro Planeta Hispánico el material deportivo. ¡Qué de vocaciones!, y más ahora que vamos ganándole al mundo en una jartá de disciplinas. Si es que parece que los españolitos llevamos los aros olímpicos tatuados en nuestra piel de toro, y que no nos cuesta gastar en chándal nuevo. Contenta salí de allí viendo cómo todos estábamos bien encaramados en el carro de la vida saludable. Tanto que, para celebrarlo, decidí darme un caprichito y hacerle una visita a la librería más cercana, armada de paciencia, eso sí, porque esperaba encontrar allí una bulla de Semana Santa proporcional a la que cuidaba el palmito engrosando las arcas de la multinacional gabacha. Pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir que los del corpore sano, la mens la tenían llenita de telarañas, porque allí los pasillos estaban bien vacíos, el público no mostraba tanta heterogeneidad, y nadie peleaba con el prójimo por llevarse al agua el tomo más gordo ni lucir musculatura craneal. No había bullicio ni algarabía a la hora de comprar material para poner en forma el coco, ni los monederos se abrían siquiera con el mismo desparpajo. El Hombredemivida, que venía conmigo, y supongo que viendo mis ojos como platos, me dijo: “qué distinto sería este país si esta tienda tuviera el tirón de la otra”. De verdad que sería distinto, pensé, tanto que hasta daríamos miedo.
8 oct 2010
Resultado del Sorteo
Bueno bueno, llegó el gran día, ya tenemos ganadora.
El sorteo se ha realizado mediante la web www.sortea2.com (realmente existe de todo en internet)
Muchas felicidades a la ganadora
Nube de Pegatiina
Resultados del sorteo:
Nos ponemos en contacto por correo eletrónico para que nos facilites todos los datos y nos digas cuál de los collares quieres que te mandemos.
Muchísimas gracias a todas por vuestra participación, ha sido un verdadero placer para nosotras
El sorteo se ha realizado mediante la web www.sortea2.com (realmente existe de todo en internet)
Muchas felicidades a la ganadora
Nube de Pegatiina
Resultados del sorteo:
- Puesto 1: 51 Nube de Pegatiina (nubedepegatiina)
Nos ponemos en contacto por correo eletrónico para que nos facilites todos los datos y nos digas cuál de los collares quieres que te mandemos.
Muchísimas gracias a todas por vuestra participación, ha sido un verdadero placer para nosotras
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