Habla Hermana Mayor.
Tenía yo un bisabuelo (que no lo era) que, de chica, me tenía encandilada. No era mi bisabuelo porque era, en realidad, un tío de mi madre. Pero resulta que yo le pregunté un día que, si él no era mi abuelo, qué me tocaba a mí. Bisabuelo, me dijo, soy tu bisabuelo, tú llámame así. Y así se quedó.
Cuenta la familia que eran uña y carne los dos hermanos, pero que, mientras mi abuelo, jurista de profesión, era serio, formal, diplomático y comedido hasta el hastío, su hermano, por el contrario, era jovial y bullanguero. Parece ser que se complementaban perfectamente en su tándem locura-cordura. Yo lo recuerdo alto, altísimo, delgado y con gafas, la piel fina y el pelo escaso, y me daba a mí el aire de miembro de la Generación del 27, tanto en las fotos sepias del álbum (de joven en Figueira da Foz) como en sus últimos años.
Era también mi Bisabuelo el médico de la familia en mi primera infancia. Decían las abuelas y tías-abuelas que, cuando llegaba a su consulta, tenía ensayada una canción con sus pacientes, que lo esperaban en la puerta. Cuando alguien, un poco pasadito con el champán de Nochebuena, te recuerda la anécdota, no es raro que, en las fiestas familiares, se termine cantado a coro (y con el mismo soniquete con el que los niños antiguos repetían su lección): “Quién está aquí – el señor médico del seguro - ¿y a qué venimos? – a que nos pinche en el culo”. No sé exactamente si la historia es real o leyenda hipocrática, pero siempre la he oído, y como la oí la cuento.
Como es profesión hereditaria, fue su hijo después quién siguió siendo el médico de todos nosotros. ¡Qué miedo me daba a mí verlo de niña! Le tocó al pobre ponerme todas las inyecciones de mi infancia, y, como era también alto, barbudo en aquellos gloriosos años 70, y venía armado de una jeringuilla, le tenía yo más miedo que a Mengele. Una vez me regaló un mechero rojo (me imagino que era lo único que llevaba encima) después de pincharme, y, desde entonces, siempre que me toca ponerme una inyección me acuerdo del mechero. Ha sido este tío mío nuestro médico hasta hace unos meses. Operaciones, sustos, huesos rotos… no se ha perdido nada en estos años. Ni nuestro, ni de sus otros pacientes. Pero tiene sus reglas la maquinaria administrativa y, aunque no estaba muy de acuerdo con la idea (según me han dicho), le ha tocado, para desconsuelo de su parroquia, jubilarse.
Y buena nos la ha hecho. Me fui yo, hace un par de días, con fiebre y con un dado a arreglar mi limbo sanitario. Acudí al centro de salud que me correspondía a solicitar un médico. Cualquiera que pase hoy, dije, no conozco a ninguno. Tiene usted que elegir, señora. Pues, espérese que tire los dados, a ver, un cuatro, éste mismo. Ya vi yo en los ojos de la colega un puntito de burla conmiserativa, pero era tan amable y profesional, que no me iba a contar nada, por mucho que intentara yo tirarle de la lengua. En fin, que fui a ver a mi médico con la idea de que me curase esta gripe bendita y me diera los papeles de ponerme en paz con Dios y con la patria. Y no veas cómo moló. Esperando estoy que me cumplan los dos meses reglamentarios y pueda volver a coger el dado y cambiarme de matasanos. No he entendido nunca a los médicos ariscos. Ariscos, digo, hasta la ofensa. No tengo yo vocación de andar curando cuerpos, y tal vez no sea quién para hacer un juicio, pero no entiendo que, la persona que te tiene enfermo, indefenso, angustiado y medio-desnudo ante sus ojos, no sea siquiera capaz de mirarte a los tuyos y dirigirte una palabra cordial (basta con “por favor”) o media sonrisa.
Dice mi amiga del alma, galena de profesión (qué pena, petarda que no tengas consulta en el seguro), que en esta tierra abunda el Don Fulanito. Afortunadamente, no todos son así, pero tiene razón mi amiga. Que, por estas latitudes, sólo es Don el médico (y el abogado si me apuras). Y que están tan encumbrados los colegas, tan más allá del bien y el mal, que han perdido, en muchos casos, la noción del respeto básico al prójimo. Yo no sé cuántos habrá de esta guisa. Pero también es mala suerte que me haya tocado uno.
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Ay hermanita!! Que esta epidemia de médico del seguro llega a todos lados, hace unos días he leído la experiencia de una chica de Madrid cuando ha visitado a su médico, que tocaba tintes bochornosos, degradantes... y no se cuantos adjetivos de este tipo más. A este se sumaron comentarios de toda la geografía española y no española, contando anécdotas para escribir un libro de despropósitos y de mala educación y falta de respeto.
ResponderEliminarFelicidades por tu post, me ha encantado y me ha provocado un escalofrío al recordar. Y he sonreído, imaginando a las vitaminas del zumo perseguir a los vitaminos ;o).
Unos cuantos de esos conozco yo... y pediatras!!
ResponderEliminarsuerte en tu próxima visita,que espero que sea muy lejana jeje ;)
Cris
Habla Hermana Mayor. Lo de los pediatras merece capítulo aparte. Afortunadamente nosotros tenemos una que es un hada madrina, pero a veces en las urgencias... en los campos de concentración trataban mejor a los críos.
ResponderEliminarYo también espero que pase mucho antes de tener que volver. Gracias, guapa
Hermanita... gracias por recordarme los vitaminos ;)
Habla el Hada Ana. Quizá a veces se olviden que la medicina no es solo una ciencia, si no es arte, el de trabajar con las personas. Eso no lo enseñan los libros, si no el corazón.
ResponderEliminarHola, espero que estés mejor y que tardes mucho en volver de nuevo a un matasanos, al menos que el próximo sea más humano.
ResponderEliminarHace tiempo, voy a tocar madera, que no tengo que lidiar con ninguno de ellos, pero mis experiencias alemanas con los médicos son de juzgado de guardia ( también toco madera por no estar allí ahora )Muy profesionales, eso si, pero la humanidad y la cordialidad hacia el paciente algunos se la dejan olvidada en casa.
Cuídate mucho, basia mille
Querida prima;QÚE BIEN ESCRIBES, QUE BONITO EL RELATO.De modo que entro en el blog medio despistada y me encuentro un medio cuento.Gracias por el recuerdo al abuelo.Bsssss
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