31 ago 2010

Atardecer

Habla Hermana Mayor.
Un poquito de poesía, para animar al espíritu en su vuelta a la realidad.


ATARDECER
.
Borrón atlántico.
La ofrenda de tus conchas
me desgarra las plantas
como tules vencidos
.
Acuarela
indecisa.
Mar.
-¿Quién te define?-
.
Maúllas olas tú
como un lamento.
Plañidera felina,
infatigable.
La sal de tu conciencia
y el sol que ha sucumbido
engullido entre lo inmenso de tu piel
del color de las armas.

29 ago 2010

Tarde de domingo

Mucho calor y un niño muy aburrido, así que hemos sacado la artillería pesada y nos hemos puesto los mandiles. Desde hace un tiempo he visto en varias webs bien recetas o bien fotos de tortitas coloreadas, como me parecía suficientemente divertido, hemos sacado la receta de las tortitas y hemos cocinado las que ya hemos bautizado como "Tortitas Pitufo". Mi hijo ha disfrutado haciéndolas, no todo los días uno puede cocinar tortitas azules.... Ahora vendrá la prueba de fuego ¿le gustarán? el suele preferir un buen plato de verduras a los dulces, ya os contaré.

21 ago 2010

I treni per Reggio Calabria

Habla Hermana Mayor.
La música es la pasión del cazador de la familia. Sus gustos, sutilmente eclécticos, van desde el punk súper radical hasta la polifonía renacentista, incluyendo todo ello al Wagner más infumable. Ésta es la razón por la que, siendo sincera, verlo acercarse en dirección al mueble de la música con cara de “voy a pinchar” es algo así como abrir una galleta de la suerte. En primer lugar, porque nunca sabes lo que va a salir de ahí. En segundo, porque las posibilidades son prácticamente infinitas e ilimitadas. En tercer lugar, porque una vez que te has enfrentado al enigma, no siempre te ha quedado claro de qué iba la cosa, o si es que el críptico mensaje es, en realidad, demasiado elevado para tu pobre cerebro o la simpleza de tu espíritu.
Capítulo aparte merecen los discos del coche. Eso de “voy a preparar algo de musiquita para el viaje”. (Aquí debería sonar un trueno, pero carezco de la destreza informática para conseguirlo). Después de algunas horas en compañía de su segunda esposa –todavía no sé si yo soy la primera o si lo es esa lagartona llamada Portátil– aparece el orgulloso padre con el fruto de su esfuerzo entre las manos: un reluciente compacto sobre cuya cara no grabada aparece invariablemente escrita la leyenda “disco coche” (existen unos 20 o 30 especímenes catalogados bajo el mismo nombre). Agárrense las pestañas, porque la combinación de seguro no les dejará indiferentes. Cito como ejemplo: The Ramones – “Los Honguitos” – Nina Simone – Joy Division – Edith Piaf… (muy importante, respétese este orden). Mejor no sigo. En realidad, no me queda otra que reconocer que carezco del talento necesario para plasmar en palabras las múltiples posibilidades de esta combinatoria, y es que la experiencia no es para contarla, sino para vivirla. De verdad.

Por todo esto resulta lógico pensar que los grandes descubrimientos musicales que se hacen en casa vengan siempre de la mano del cazador. Y no tengo más remedio que reconocer que sus “rara auis” acostumbran a ser maravillas. Esta primavera, por ejemplo, dejó en el escritorio de mi ordenador, a modo de regalo, un triple de Joanna Newsom: toda una revelación que me abrió el corazón y la cabeza.
Por las mismas fechas, llegó un día a casa impactado por una cantautora italiana que había oído en la radio de camino a casa. Tengo que decir que a mí esa gata maullante no es que me volviera loca, pero tiene su punto. La canción que había oído se llamaba I treni per Reggio Calabria, era larga como una condena, y contaba una historia agridulce en la que un tren viaja de norte a sur de Italia con algún objetivo reivindicativo. El tren, repleto de familias, atraviesa un país dividido entre partidarios y detractores, y sufre todo tipo de contratiempos incluyendo una amenaza de bomba en las vías. El caso es que, cerrando los ojos, una puede imaginarse ese tren. Italiano hasta la médula, lleno de colores, olores y voces gritonas. Las familias agolpadas y un ambiente de fiestilla que invita a unirse a cualquier compromiso, sin siquiera preguntar de qué se trata.
Hace unos días, durante las vacaciones familiares, subimos al ll treno per Reggio Calabria. En realidad, no era la primera vez que lo cogíamos, porque desde que somos padres hemos cumplido con el rito cada verano, pero sí era la primera vez que lo hacía después de haber oído la canción. Y es que, aunque el motivo era bien distinto: un paseíto por la playa en el rollo turistero del trenecito, yo no pude evitar que me recordara al otro tren, al italiano. Porque subimos en troupe toda la familia, porque cantamos, bailamos y marcamos las palmas al compás, porque hablamos a voz en grito, que para eso tenemos garganta, porque repartimos con los de los alrededores la bolsa de papasfritas, porque los ojos de los niños brillaban sobre sus mofletes encendidos mientras decían adiós a los peatones…
Y aunque al trenecito de la playa el puntito cutre no hay quien se lo quite, la niña que queda en mí me seguirá empujando a subir cada año, perdida ya la oportunidad de coger el otro tren. Por eso, por lo festivo, lo familiar, lo bullanguero, y por la cosa de domingo que –gracias a Dios– tiene todo en estas benditas tierras del Mediterráneo.

7 ago 2010

Una de fobias

Habla Hermana Mayor.
Lo ignoro por completo. Desconozco en su totalidad el mecanismo de supervivencia psíquica que me lleva a intuir. De hecho, no sé si la intuición constituye un tema lo suficientemente serio como para ser tenido en cuenta. La verdad es que no soy muy dada a creencias extrasensoriales... Debe de ser por la influencia cartesiana de mi entorno. El caso es que, a pesar de esta reflexión, puedo decir que, de alguna manera, sé que están ahí. O mejor dicho, sé cuándo están ahí. Y lo sé mucho antes de haberlas visto. Y no puedo decir que las oiga, porque nunca he permanecido en su presencia el tiempo suficiente como para poder afirmar si hacen algún tipo de sonido. Y no sé siquiera si puedo olerlas. O si transmiten una suerte de onda misteriosa que yo pueda percibir a través de mi piel. Pero lo cierto es que, como un depredador asesino, cuando las busco cautelosamente, es porque antes he sabido que están ahí. Aguardando. Aguardándome.
No obstante toda esta preparación, el shock es inevitable. Después de la intuición el siguiente paso es la constatación. Y, ante la evidencia, lo único que no puedo afirmar es que mi reacción sea siempre la misma, y por lo tanto, mínimamente predecible. Hace poco salí precipitada de casa arrastrando a los hijos semidesnudos. El cazador de la familia estaba fuera, procurando el sustento de su prole, y no pudo acudir en mi auxilio al grito de “Socorro Popeye”. La verdad es que parecíamos de desahucio, recién llegados de la piscina, despeinados y dispuestos a quitarnos el cloro en la ducha… veni, vedi, vici. La intuí, la reconocí y salí corriendo. Gracias a Dios, el portero, alertado por mis gritos, apareció en el descansillo, pertrechado con una escoba, en una especie de cruce mutante entre un Rambo y un respetable miembro de La Aguja Piruja. ¡Con la escoba no, por Dios, con la escoba no! Conseguí convencerlo. O mejor dicho, como a Mortadelo le di el cambiazo: la escoba por el espray. Una menos. Al Walhalla de la cucarachas.


Cuando el hijo mayor era poco más que un bebé fuimos a merendar a casa de unas buenas amigas. Mujeres de una misma familia, que pertenecen a dos generaciones y que son realmente modelos de mujer: cultas, generosas, divertidas, activas, valientes, luchadoras, creativas… Cada una con sus particularidades, constituyen un grupo fantástico. Y, aunque son diferentes, tienen entre ellas un elemento común: el amor por la vida. Llegados a este punto, no quiero que nadie me malinterprete. Amo la vida como nadie. La recibo en oleadas cuando estoy consciente. Me nutro de ella mientras duermo… pero de ahí a llegar a ese extremo budista de no matar un piojo, ¡no!, mire usted que no. Me niego a vivir en un entorno cucarachero como estas amigas, cuyos clanes de cucarachas no paran de dar las gracias a sus dioses por haberles regalado la tierra prometida, el paraíso terrenal sin pasar por la escoba, el plus ultra del baygón. Yo no. Discúlpenme si hiero su sensibilidad, pero yo, decididamente, no.
Y ahí estábamos los tres: mi madre, mi bebé angelical y yo. Y, de repente, la llamada de la selva golpeó mi inconsciente. Está aquí. Me giré en todas las direcciones pero no pude localizarla. Derecha. Izquierda. Vista al frente. Por la retaguardia. Nada… Y entonces la vi. Se paseaba por el techo del salón como un noble por la tierra heredada de sus antepasados. Con orgullo, soberbia incluso. Me puse pálida, creo, y crucé una mirada furtiva con mi madre que, dotada de mi mismo instinto, ya la había localizado igualmente. Respiré. Y desde ese momento tengo la certeza de que figuro en algún manual de instrucción militar del Pentágono, como ejemplo de autocontrol, pues no grité, no me mesé los cabellos, no corrí desquiciada y sin rumbo por todas las esquinas del salón, no me desmayé, y ni siquiera me convertí en estatua de sal, sino que, impertérrita, seguí con mi merienda. Delicioso este té y estas pastas, Mrs. Jiménez.
Reconozco que, influidas hasta la médula por el Barroco Sevillano y su exuberante iconografía, mi madre y yo nos convertimos, desde ese preciso momento, en dos clones más que perfectos de alguna de las Inmaculadas de Bartolomé Esteban Murillo: pálidas pero arreboladas, las manos fervorosamente cruzadas, y la mirada vuelta al cielo en expresión de éxtasis. Y tal impresión de éxtasis hubimos de dar que nuestras anfitrionas volvieron ellas también los ojos al cielo, esperando toparse de bruces con el Espíritu Santo cuando menos. Pero lo que vieron fue al mismísimo Don Rodrigo Díaz encarnado en cucaracha, desfilando apaciblemente por los brazos de la lámpara.
¡Huy, un bicho!, dijeron ellas al tiempo que se arremangaban sus túnicas azafrán, empezaban a hacer arder varillas de incienso, y hacían tintinear sus crótalos al ritmo de “Hare, hare, hare Cuca”. Y la sacaron a la calle por la ventana del salón, seguida de un coro de palmas, sin tocarle una antenita. Mayor convivencia de religiones no se había visto desde la Escuela de Traductores de Toledo. Las budistas, y el par de Purísimas Inmaculadas corriendo en pagana procesión detrás del Santo Insecto, mientras el pequeño –llámese Buda, Jesús o Perencejo- batía palmitas ante tanta agitación.
Toda una experiencia.

6 ago 2010

Colores....¿De qué color han sido vuestros veranos?

Esta mañana escribía una carta a una amiga, de esas de papel y bolígrafo, nada de e-mails, mensajitos ni nada similar, en ella le comentaba que mis mejores recuerdos eran siempre vacacionales. He estado pensando en el coche cuando regresaba del trabajo, recordando los veranos de mi vida, y decididamente no sabría cuáles elegir, si los días turquesas de las playas de Huelva, o las largas tardes ocres de la Dehesa achicharrada por los rayos del sol. Ambas me traen deliciosos olores a mi mente, me tren recuerdos de todo tipo, sonrisas interminables y unas paletas cromáticas que serían la envidia de cualquier pintor, y es que tengo la manía de recordar los lugares y sentimientos por los colores, archivaditos y ordenados como en una caja de lapices, y es que soy un desastre con el orden, pero no soporto ver esos montones de lápices con sus colores en estado caótico.
Seguramente en otras ocasiones os hable de esos mis veranos interminables de la infancia, seguramente en muchas ocasiones de forma torpe os intente transportar a esos lugares, seguramente intente hacer que os sintáis protagonistas de esas historias. Ahora lo que querría es proponeros algo, y es que nos contéis los colores de vuestros veranos, sería estupendo cerrar los ojos y poder compartir el color con el que pintaríais vuestros recuerdos estivales.

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