22 oct 2011

Viena y el mundo pequeñito

Habla Hermana Mayor.
Contaba mi abuelo -y no sé cuánto de verdad habrá en esta historia- que, poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, tuvo Portugal la ocurrencia de declararle la guerra a Alemania. Me imagino la cara de carajote que se le debió de quedar a Hitler (que en ese momento estaría, sin duda, decidiendo cuál sería la manera más conveniente de quitarse de en medio) cuando le llegó, y si es que le llegó, tan desatinado disparate. Pasaron unos días desde la declaración, y como no hubiese respuesta, la prensa portuguesa publicó un titular que rezaba: “o terror teutónico naô contesta. E cauto. Ten medo”. Y precisamente cierto miedo me da a mí contar aquí esto, porque no me gustaría nada que me acusaran de anti-lusa. Y es que servidora es una absoluta enamorada de Portugal, pues no en vano son nuestros vecinos desde que tengo uso de razón. Pero la pasión no me ciega, desde luego, hasta el punto de afirmar que se trata de un país enorme, tipo Rusia, y en situación de decidir el destino de la Humanidad, algo así tipo EEUU. Portugal es un país pequeño, y como tal, con cierta megalomanía patria que compensa la limitación de sus territorios.

Pero el tamaño no importa, por supuesto. Y menos en estos momentos de uniones y anexiones y oh!, happy world, en el que los países-hormiga les sacan del fuego las castañas a los países-cigarra. Y qué contenta estoy yo, habitante del mundo cigarra, de la existencia de estas uniones provechosas. Cómo me gusta esta Europa sin fronteras, en la que los unos podemos aprender y beneficiarnos de los otros (aunque habría que preguntar a los hormiga qué piensan de todo esto). Firme en la creencia popular de que la unión hace la fuerza, me considero una absoluta convencida de esta ampliación de los mundos. Loca de pasión me vuelve eso de llamar “mi pueblo” a la casi totalidad del Viejo Continente.
Pero no. Parece que los encargados de elaborar los programas educativos de este fragmentado país no ven las cosas de la misma manera. Ellos son más de dejarse subir la bilirrubina cuando llaman “mi pueblo” a las cuatro calles de su barrio, muertos de miedo por si acaso tuvieran que asomarse a mirar el mundo por un agujerito.

Y es que esta manida reflexión viene a cuento de la sobremesa de hoy, cuando, a propósito de un juego de palabras, salió a coalición la ciudad de Viena. Mi hijo, crisol de mis orgullos, con su impecable expediente y sus horas de formación extra-académica, dejó helada la sangre de su madre y los asistentes a la comida cuando preguntó: “pero Viena, ¿qué es exactamente?”
Viena, mi amor, es una capital europea sensiblemente más grande que Jaén. La Historia de la cultura del occidente actual debe mucho a esta ciudad. Su belleza ha inspirado e inspira a todo tipo de artistas. No se puede entender la Historia de la Música al margen de esta ciudad. Es capital de un importante país europeo, que se llama Austria. Y por ella pasa uno de los ríos más grandes de Europa, que no es precisamente el Guadalete.
Mi hijo se excusó diciendo que, de todo eso, nada venía en su libro de “Cono”, y a mí se me anegaron los ojos de lágrimas, porque me acordé del pueblo pequeñito, pequeñito, de los encargados de hacer los planes de estudio de esta pobre generación, que tiene en sus manos las herramientas y la ocasión de hacer de su mundo el más grande de la historia, y que se dedica a estudiar afluentes del Guadalquivir antes que saber de la existencia del Rin, el Ganges o el Misisipi. Y es que el año pasado, por primera vez en sus años de formación académica, aparecieron citados en sus libros de texto dos personajes históricos. ¿Cristóbal Colón y Julio César, diréis? No. ¿Erasmo de Rotterdam y Juana de Arco, tal vez? Tampoco. ¿Galileo y Leonardo, por casualidad? Frío, frío. ¿Descartes y Marco Polo? Negativo. ¿Newton y Franklin? Ni por asomo. ¿Alejandro Magno y Beethoven? Qué va. ¿Napoleón y alguno de sus ilustres hermanos? Nones. ¿Confucio o Cleopatra? Pues tampoco. Los ilustres personajes fueron Velázquez, el gran pintor, cuyo protagonismo y derecho a aparecer entre los top-ten del arte mundial no se me ocurre discutir, y Blas Infante, cuyo mérito principal consiste en ser el padre de la Patria andaluza, que vaya usted a saber qué es eso exactamente. Lo que a mí me preocupa es, por un lado, que Velázquez no estaba ahí por haber pintado Las hilanderas, El triunfo de Baco o Las meninas, que también, sino que aparecía principalmente por el simple hecho de ser sevillano, que igual hubiera figurado si mi tierra, en vez de dar al mundo brillantes pintores en el Barroco, hubiera dado artistas de tercera. Y por otro lado, yo no niego cierta trascendencia a la figura de Blas Infante, pero, ¡por Dios!, cómo es posible que un niño tenga que estudiar su biografía sin saber antes quiénes son los Reyes Católicos, Enrique VIII, Sócrates, o Moliere, por poner un ejemplo. Y diga usted eso sin que la tachen a una de reaccionaria.
Y todo eso sin contar con el hecho de que el niño que, teniendo la suerte de haber nacido en un ambiente donde pueda compensar fuera de clase las carencias a las que lo somete lo absurdo del sistema, sacará en el futuro una enorme ventaja profesional y personal a aquellos que no puedan o no sepan ampliar sus conocimientos mirando por una ventana al mundo. Tal vez sea eso precisamente lo que quieren estos gobernantes: crear y fomentar una distancia de clases que tendríamos ya que haber superado. ¿Y ahora, soy reaccionaria?

Qué pena más grande tener una casa inmensa, con los jardines de un palacio, y encerrar a los niños a jugar en un solo cuarto. El mundo pequeñito, que no generará en el futuro más que un desacierto nacionalista preñado de catetería patriótica. Y así podremos decir que, como mi tierra no hay otra, que somos tan grandes y valientes guerreros, que el propio Atila (y vaya usted a saber quién era ése) se haría popó el los pantalones con sólo oír la palabra “olé”. Que somos tan grandes artistas, cultos y refinados, que el Renacimiento italiano (Renaci… ¿qué?) no fue más que una burda copia de nuestro salero y tronío. Que estamos tan a la vanguardia de la investigación y el desarrollo, que los inversores más exigentes se están dando piñazos de todos los colores por poner un pie y un dólar en nuestros vastos y bastos territorios…

Y así llegará un día en el que el enano, tan cumplido de su propia megalomanía, le dé, por ejemplo, por hacer reír al mundo declarándole la guerra a un Hitler agónico. O lo que es peor, por liarse a guantás con el vecino que tiene la desgracia de no tener en sus dominios el pico de la Sagra.

Y ahora que aparecen plataformas y asociaciones pro todo, yo pregunto, ¿hay alguien ahí que conozca una que abogue por la cordura educacional? Por favor, se ruegan sugerencias.

5 comentarios:

  1. ¿Cultura educaqué?? Ay, me parece que de eso por aquí hay poquito.

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  2. Muy bueno... yo tuve una experiencia similar cuando el año pasado visitaron la casa de Blas Infante y resulta, que el mundo mundial es malo, malísimo, y solamente quedaba el héroe Blas Infante como libertador de 'no se sabe qué' ¿República bananera?

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  3. Yo, desde que son bebés, les tengo enmarcado un mapamundi en su cuarto que, además de ser muy decorativo, les ayude a situarse más allá de su minimundo cotidiano.
    Enhorabuena por estas letras María.

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  4. di que si!!!!!!!!!, jo, más razón que una Santa.

    A mi me parece fenomenal que busquemos dar una respuesta con las autonomías a nuestras particularidades geográficas, pero eso de que en cada sitio los niños estudien unos contenidos distintos y focalizandose en los 3 pueblos grandes y charcos de su CCAA sin que aprendan un carajo de Geografía /historia de España o Universal es de vergüenza.

    Y también lo es la paulatina "homogeneización" a la baja del nivel escolar, está claro que para acabar con el fracaso escolar no hay nada como regalar aprobados...pero así no salimos de analfabetos. Y esto lo digo como alumna de la ESO y, por tanto, perfectamente conocedora de la mier... de educación que tenemos.

    Por cierto, yo también le pego muchas charlas a mi hermano pequeño (12 años), el otro dia me preguntó quién fue Mr Marshall y cuando acabé mi charla me dijo: "cómo sabía yo que ibas a acabar hablandome de la UE...", jajajajaja

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  5. Meri, Meri después de tantos años has entendido aquello de lo que yo me indignaba cuando mi "trozo" era pequeño. Lo malo es que la uiniversidad se ha contagiado de esta trembunda incultura. Pais de castañuelas y olé!!.

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