8 mar 2011

Una de mujeres

Habla Hermana Mayor.
Cuenta la leyenda que, a principios del XX, un grupo de mujeres que trabajaba en una fábrica textil de Nueva York inició una huelga reivindicando algunos derechos. Se dice que, un ocho de marzo, al patrón, notoriamente cabreado se le fueron la manita y la olla y prendió fuego a su fábrica con trabajadoras dentro. Recuerdo que la primera vez que oí hablar de este “martirio obrero” que haría amarillear de envidia a un San Lorenzo comunista, lloré lágrimas a mares y tuve mal social durante una buena temporada. El caso es que después me enteré de que no hay evidencias históricas sólidas que corroboren esta historia, y que más parece que es leyenda urbana.
Tengo entendido que la celebración del “Día de la mujer trabajadora” el 8 de marzo se debe a otras causas. Por supuesto, también tienen que ver con reivindicaciones femeninas, pero no se trata de reivindicaciones laborales, sino que tienen relación con las primeras sufragistas. Y es que parece ser que todas las mujeres fuertes del momento decidieron unir sus causas y participar juntas en un acto político, también en NY, de reivindicación del voto femenino. No sé si esta historia será más cierta que la otra (quiero pensar que sí), pero me encanta imaginar a los dos grupos de mujeres, las enjoyadas de sombrero orlado de tienda cara y las del pañuelo de flores y manos ásperas, comprendiendo que en la unión estaba la fuerza, y que el camino para conseguir lo que unas y otras necesitaban tenían que allanarlo entre todas, por muchas que fueran sus diferencias.

Pero lo que no me ha quedado nunca claro es qué se entiende con eso de mujer trabajadora (aunque últimamente vengo dándome cuenta de que a este día lo empiezan a llamar simplemente “día de la mujer”). No es que quiera decir que no haya conocido nunca a una mujer cuyo paso por esta vida consista en restregar su perfecta manicura por la superficie de su abdomen, porque tristes ejemplos del modelo en cuestión se exhiben todavía, aunque bien es cierto que cada vez con menos frecuencia. A lo que me refiero es a que, en mi entorno, no he conocido nunca a una dama ociosa, trabajara o no fuera de casa. Y no me tengo en esto por una rara avis.

Dentro de mi familia he tenido contacto consciente con cuatro generaciones de mujeres –incluyendo la mía-, o cinco si cuento a mi hija de cuatro años, (que no parece tener en absoluto pinta de dedicarse al dolce far niente en un futuro). Ampliando un poquito el concepto de familia para hacerla más grande, se puede llamar pariente a un enorme abanico de seres humanos de muy distinta procedencia. Y esto a mí me gusta a rabiar, porque como soy un producto de mi tiempo, no puedo resistirme al mestizaje y la fusión, y así se puede ver en esta casa, sin vergüenzas ni humillaciones de uno y otro lado, un poquito de todo: damas ilustres de largos dedos erguidas delante del piano y campesinas de piel cuarteada y pies polvorientos; sólidas burguesas encopetadas y burguesillas del quieroynopuedo; eruditas de letras y de ciencias, y también las que estampaban sus firmas toscas con una mezcla de dificultad y cierto sutil orgullo de alfabetizadas; mujeres de campo y de ciudad; hembras de ojos pavonados, lacerados por el mar que oteaban sin descanso a la espera de los barcos (ésta me la he inventado, mamá, pero no podía resistirme, así que no me preguntes quién es), y terratenientes agrias acostumbradas al mando; mujeres de universidad, de vanguardia y de retaguardia, madres, hijas, solteras, casadas; algunas codiciosas de su honra, otras celosas guardianas de secretos imposibles, algunas sabias y cautelosas, otras derrochadoras de su talento…
A muchas de ellas las he conocido. Me he sentado en sus regazos intentando arrancarle los pendientes de la oreja. He dormido en sus brazos, y me han puesto en la frente paños húmedos para bajarme la fiebre. Me han enseñado a hablar, a leer, a mirar, a oír, a reírme y disfrutar la vida como si fuera a escapárseme un segundo después. Me han enseñado a cocinar (mi cuaderno de recetas es también un árbol genealógico). Me han enseñado a coser, a bordar, a escribir. Me han enseñado a ser compasiva y a ser firme, a aprobarme y a reprenderme. Me han enseñado a ser valiente y a ser cautelosa. Me han enseñado a pensar, a decidir y a valerme por mí misma.
Y todas estas mujeres, absolutamente todas, han trabajado en sus vidas por y para todos los que tenían a su alrededor, aunque sólo una pequeñísima minoría tuviera una nómina, un contrato, un jefe o un horario. Se han entregado con absoluta pasión a sus hogares, a sus familias en pequeños detalles y grandes renuncias. Han tripulado barcos más o menos acertados (hoy tengo día marino, qué le vamos a hacer), y han dejado que sus vidas se escurrieran entre las bambalinas que sus generaciones había destinado para ellas. Se han enfrentado en ocasiones con rebeldía, y han aceptado sumisas su destino otras veces, pero han luchado siempre, como valientes artilleras, para que el mundo que ellas gobernaban fuera para los suyos una pequeña patria.
Hoy, ocho de marzo, más allá de la política vacía y de las reivindicaciones de un feminismo enfermo y huérfano de sentido común, sin incendios ni sufragistas de escarapelas chillonas, sin grandes gestos de sagas legendarias, decenas de valientes amazonas acuden a mi mente. Y todas ellas: hija, hermana, madre, abuelas, amigas, maestras, primas, tías, tías-abuelas, bisabuelas, tías-bisabuelas también… todas ellas, las mías y las vuestras, son las anónimas heroínas que hacen que este mundo extraño siga valiendo la pena.
Gracias. A todas ellas.

3 comentarios:

  1. Feliz dia.

    Y no, ya no es el de la "mujer trabajadora", es el de la mujer a secas.

    Eso de trabajadora no sé de dónde lo sacaron, pero bueno, parece que ha vuelto la cordura

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  2. Hermana Mayor, muy interesante la reflexión, como siempre, me encanta.

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  3. Gracias por la parte que me toca, cada una de esas mujeres han sido y son especiales. Como piezas de un rompecabezas, y nosotras somos el resultado.

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