13 jul 2010

Teddy el pequeño koala

Habla Hermana Mayor.
No sé si la idea partió de mi abuelo o si fue cosa de los Reyes Magos. El caso es que aquel año volví de casa de mis abuelos con "el cesto y la morte" que cada año me encantaba declarar en la frontera (en aquella época España estaba cerrada a cal y canto) y uno de los tesoros que marcaron mi infancia. Teddy el pequeño koala.
El destino había sido increíblemente generoso con mi hermana haciendo que fuese de su exclusiva propiedad Rosita Golosa, y aquellos maravillosos dibujos de escaparates de pastelerías ante los que Rosita se paraba toda abullonada en su vestido celeste. Después pondría igualmente en sus manos un hermoso poemario de Gloria Fuertes, el primero que vi en mi vida, y que incluía una delicia titulada "Don Pulpo, el artista arpista". Mis ojos de niña miraban aquellos libros con verdadera codicia, y un torrente de pasiones mezcladas aceleraba mi corazón cada vez que tropezaba con ellos. En defensa de mi hermana diré que nunca fue tacaña con sus libros, y que me los prestó casi siempre que se los pedí. Pero eso todos sabemos que, a veces, no es suficiente.

Sin embargo, las estrellas se alinearon y esta vez la suerte decidió ponerse de mi parte. No recuerdo qué recibió mi hermana esa vez, pero, desde luego, no estuvo ni por asomo a la altura de Teddy y de su cubierta naranja de cartón duro. La historia del libro era estremecedora. Bob, un niño australiano, tenía que asistir por primer año al internado inglés en el que sus padres lo habían matriculado (bien claro se ve que mi familia se preocupaba por inculcarme desde muy niña una sólida conciencia de igualdad de clases). El pobre Bob no tenía demasiadas ganas de cruzarse medio mundo con una maletita de cuadros verdes y amarillos que sólo con verla ya le hubiera hecho saltar las lágrimas al mismísimo Dickens, pero contaba, gracias a Dios, con la compañía de un koalita que había caído un día en la mesa del desayuno: el pequeño Teddy, aficionado a la naranjada y, cómo no, a las hojas de eucaliptus. La travesía fue fantástica para los dos, y a mí me mantuvo extasiada durante muchas horas, en las que contemplaba las gafas triangulares de los turistas que ofrecían chucherías al koala, mientras mi estómago tocaba un minué por esas chucherías. Ya en Inglaterra el pobre Teddy languidece hasta la enfermedad, aunque los compañeros de clase de Bob se muestran muy considerados con él. Tiene frío y lo hastía la lluvia, y gracias a la intervención del profesor de ciencias (chaleco amarillo, corbata morada, qué fascinación), se salva de una muerte segura volviendo a Australia. Y llegamos así al más maravilloso dibujo que haya salido nunca de manos humanas. Nada, absolutamente nada de lo que he visto después en cualquier museo, ha producido en mí la fascinación de aquella lámina con el aeropuerto al fondo, los aviones despegando y aterrizando al tiempo como en una película de guerra, las banderas indescifrables ondeando multicolores, y aquellos dos pilotos de piernas desmesuradas y cazadoras de cuero que orientaban sus gorras hacia la triste figura del koala enfermo. Teddy volvió a Australia, con su madre y sus hermanos, y fue feliz de nuevo en su entorno (al menos la historia tenía un punto ecológico, mireusté). El libro se cierra con Teddy subido al eucaliptus y acompañado de su familia, oteando el horizonte con un catalejos en el que aparece dibujado el barco que trae a Bob de vuelta. Conmovedor, sólo de recordarlo ahora se me caen los lagrimones sobre el teclado.

He intentado compartir a veces este tesoro de infancia con mis hijos. Sin embargo ellos no ven a Teddy sino como un libro más. Un libro que, además, huele a viejo y está un poco roto, amarillento, pintarrajeado y desencuadernado. Teddy no es para ellos -como lo fue para mí- la más hermosa de las historias. Y es cierto que este descubrimiento al principio me hizo entristecer un poco. Qué absurdo. Pero qué controladoras somos las madres. Con qué ligereza queremos hacer repetir a nuestros hijos nuestra misma experiencia vital.
Todo es más fácil que eso. Simplemente tengo que sentarme a esperar. Me encantará el día en el que mis hijos puedan contarme cuál fue la primera pasión de su vida.

5 comentarios:

  1. Hermanita, creo que puedo sacarte de dudas, y podría casi asegurar que en esa ocasión yo dosfruté también de un libro, en este caso "El Erizo". Ains que enseñanzas las de "Rosita golosa" y otras, historias e ilustraciones salidas de los años 50 por lo menos. Y... mi libro de poemas de Gloria Fuertes, con su Pulpo arpista (¡Ja, qué más quisiera Paul que no le llega ni a la altura de los tentáculos!) y mi querido Camello con su espinita clavada, esminita que se me quedó a mi el día que desapareció el libro en una de nuestras mudanzas infantiles. Pero nada el pasado fin de semana comencé la colección de libritos de Gloria Fuerftes precisamente por los poemas de Navidad, esperando como tu que mi hijo los aprecie y ame al menos la cuarta parte que lo hizo su madre.

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  2. A ver... a las dos:

    hermana Mayor. Si algún día voy para allí, y tengo el gusto de conocerte, me encantaría olisquear ese libro. Sólo de leerte, deseo poder contemplarlo.
    Hermana pequeña: yo también tuve un libro de G.F, en el que se aprendía a dibujar. Lo recuerdo como un libro maravilloso... pero no sé qué fue de él. Supongo que iría al cubo de la basura en alguna limpieza extrema de mi madre.
    ¿Qué libros de GF me recomiendas para Sara y Claudia?

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  3. Habla Hermana Mayor. Cómo me ha encantado que sientas que a Teddy hay que entrarle por la nariz. Qué maravilla que tus sentidos vayan más allá de la vista. También sería para mí un gran honor conocerte y hablar de sentidos y libros. Un beso muy fuerte.

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  5. Raquel, yo estoy comprando para una colección de libros pequeños de Gloria Fuertes cada uno de un tema, mañana te tomo la referencia y te lo facilito.

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