Habla Hermana Mayor.
Desde hace muchos, muchos años (como en los cuentos), seguimos en casa una fácil y doméstica tradición en la noche de San Juan. Fácil es, y doméstica, porque no hace falta río, ni mar, ni hoguera, ni tantas de esas cosas tan difíciles de conseguir en una ciudad medianita. La tradición se inicia con un acto de delincuencia criminal en nuestro barrio: ocultas y emboscadas al amparo del lubricán salimos dos o tres generaciones de mujeres de la casa, armadas con unas tijeras de jardín y una bolsa reciclable, a robar de los arriates y barandillas el mayor número posible de flores variadas en tamaño, color y olor. Después, en casa, nos dedicamos a convencer a hormigas, mariquitas y escarabajillos múltiples de que cambien de hábitat porque el suyo se encuentra en peligro de inundación. Entonces es cuando se inicia el rito que nos pone en armonía con la Tierra. (O eso nos creemos nosotras, porque aquí, entre tanto semáforo, poca unidad con la Madre Dea). Con todo el respeto del mundo colocamos las flores en un cuenco transparente, lleno de agua hasta casi el borde. Entonces las flores agradecidas por el bañito estival nos deleitan con la dulzura de sus perfumes suaves, naturales, sin destilados de ningún tipo -la lluvia y la tierra y las flores mojadas son lo que huele mejor en el mundo- mientras arrastramos el cuenco bajo el escuálido rayo que la luna consigue hacer llegar hasta nuestra terraza. Esta tarea resulta también difícil de hacer, puesto que normalmente se hace con un niño enganchado en tus piernas, y otro u otros saltando alrededor mientras tiran del cuenco hacia abajo atraído por las flores como abejitas golosas. Y yo pregunto, ¿habrá un momento de mayor comunidad con la Naturaleza?. Después el cuenco pasa la noche al raso, y la magia se hace solita ella. Por la mañana, al levantarnos, lo primero que hacemos es lavarnos la cara con esta delicia acuática. Sólo el olor ya te llena de un optimismo meridional que te cala hasta los huesos. Pero es que, además, la fertilidad física, intelectual, creativa y espiritual está garantizada por un año.
El domingo, después de guardar el agua de San Juan unos diítas lo tiré todo de la manera más prosaica en un estado de media corrupción. Quise despedirla con un breve haiku a modo de epitafio. Voilà
Luna en un cuenco.
Mañana de San Juan
y agua de flores
29 jun 2010
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